jueves, 16 de abril de 2009

Quizás este cuento me ayudó a resolver mi propio '76, que fue duro, pero no tan duro como para 30.000, que no solo son un número. Recuerden.



La teología me divierte: la locura del
espíritu humano se muestra allí en toda su plenitud.

Voltaire


YO LOS VI

Trataba de correr para no mojarme pero las lagunas rectangulares de la desidia municipal, las putas baldosas flojas y las que ya no estaban me obligaban a una carrera poco ordenada y nada ortodoxa – sobre todo para aquel que quiere pasar desapercibido –. Estaba muy oscuro para la hora, la hora en que el sol comienza su mítica cópula con la luna. Miré hacía arriba intentando ver pornografía astronómica y lo único que vi fueron hojas de árboles batiéndose espantadas por la presencia de un viento irregular y desordenado. Por supuesto, correr sin mirar la vereda provocó que mis pies mal calzados para la tormenta aumentaran sus desaciertos sin evitar que el agua de abajo me atacara. Los árboles intentaban quizás sacudirse el agua con movimientos violentos y convulsivos. Esta agua ya usada se sumaba al agua caída desde arriba, bien arriba – pero de muy arriba –, la lluvia verdadera, asociándose para caer ambas sobre mis ropas, como esquirlas de nubes.

Todo brillaba en reflejos mínimos como brilla el 
estrass. Los focos, sacudidos también por el viento intentaban que sus luces iluminaran la calle. Pobres y miserables artefactos. Que poca cosa fueran ante las luces de los relámpagos que azulaban espasmódicamente toda la escenografía.

Repentinamente me encontré delante de ella. Quizás fuera como me la describieran, pero, y de eso ahora estoy seguro, la puerta – ante la que me encontraba parado, mirándola, como un idiota – podría haberla encontrado aunque no hubiera tenido la menor seña o indicación de ella.
Este cuento completo será publicado en breve en edición impresa en la antología "De animosos y desanimados"

1 comentario:

alejandrocasals dijo...

¡Muy bueno Marcelo!Feliz de reencontrarte.
Un abrazo